¿Vale la pena dormir menos para rendir más?

Son las 2 a.m. y sigues frente al ordenador terminando un proyecto, o tal vez suena la alarma a las 5 a.m. porque decidiste madrugar para ir al gimnasio. En ambos casos estás sacrificando horas de sueño con la esperanza de ganar ventaja: más tiempo productivo, entrenamiento extra, un “esfuerzo adicional” que otros no hacen.
Este escenario es común entre jóvenes ambiciosos (quizá tú mismo lo has vivido). Pero surge la gran pregunta: ¿vale la pena dormir menos para rendir más?
Ventajas inmediatas de dormir menos

Sacrificar horas de descanso puede dar ciertas sensaciones de mejora a corto plazo. Para empezar, obviamente ganas más horas despierto: ese tiempo extra puede traducirse en tareas terminadas, estudios adelantados o kilómetros adicionales corridos antes de que salga el sol. Esa sensación de “voy un paso adelante” puede resultar motivadora por sí sola. Además, tu cuerpo tiene respuestas biológicas de emergencia que pueden hacerte sentir más alerta de lo esperado cuando duermes poco. Por ejemplo, tras una noche sin dormir se disparan las hormonas del estrés como la adrenalina y el cortisol, lo cual puede mantenerte en modo “pilas cargadas” temporalmente (Yoon et al. (2012) en Journal of Clinical Neurology). En un estudio, jóvenes privados de sueño por 24 horas mostraron aumentos significativos de estas hormonas, que van de la mano con una mayor activación de tu sistema nervioso – es decir, tu cuerpo se pone en estado de “lucha o huida” para seguir adelante a pesar del cansancio. Seguramente conoces esa sensación: estás exhausto pero nervioso y despierto a la vez.
Otra posible “ventaja” inmediata está en el rendimiento cognitivo a muy corto plazo. Aunque la privación de sueño generalmente perjudica la concentración, estudios recientes sugieren que una reducción moderada del sueño puede agilizar ciertas respuestas simples. En un experimento con 52 adultos jóvenes, quienes durmieron ~2 horas menos de lo habitual durante varios días lograron reaccionar más rápido en pruebas de atención (¡milisegundos cuentan!) en comparación con cuando dormían su horario normal (Saksvik-Lehouillier et al. (2020) en Sleep). Es decir, recortando un poco el sueño, sus reflejos se aceleraron ligeramente. Los científicos creen que esa prisa mental inicial se debe a un estado de activación elevado – quizá impulsado por el mismo subidón de cortisol y otros neurotransmisores. Incluso hay evidencias de que la falta de sueño puede darte un “empujón” de euforia o impulsividad: algunos participantes reportan sentirse animados o hasta algo hiperactivos al trasnochar, debido a que el cerebro libera más dopamina y activa su sistema de recompensa cuando llevas muchas horas despierto (Gujar et al. (2011) en Journal of Neuroscience). En términos sencillos, saltarse el descanso puede hacer que tu cerebro entre en marcha forzada y te sientas increíble por un rato.
Ahora bien, estas ventajas inmediatas vienen con letras pequeñas. Los mismos estudios notaron que junto con las reacciones rápidas venían más errores y juicios impulsivos, y esas hormonas de “emergencia” terminan pasándote factura más adelante. Pero antes de entrar en las consecuencias negativas, resumamos: a corto plazo puedes sentirte más productivo, más alerta e incluso eufórico al dormir menos. Tienes más horas para “comerte el mundo” y tu cuerpo te inunda de energía artificial. Es un subidón real, y no es raro que muchos jóvenes exitosos presuman de vivir con 4–5 horas de sueño.
Sin embargo, el cuerpo y la mente llevan una contabilidad rigurosa, y esas deudas de sueño se cobran con intereses. Veamos ahora el otro lado de la moneda.
Riesgos a largo plazo de la falta de sueño

Deterioro cognitivo y cerebral:
Tu cerebro necesita el sueño para aprender y recuperarse. Dormir menos de lo necesario de forma crónica afecta la memoria, la capacidad de concentración e incluso acelera el envejecimiento cerebral. Un estudio de seguimiento de 25 años (con más de 7.000 participantes) encontró que las personas que dormían ≤6 horas por noche en su mediana edad tuvieron un 30% más de riesgo de desarrollar demencia en la vejez (Sabia et al. (2021) en Nature Communications). En otras palabras, décadas de “dormir poco” se asociaron con mayor probabilidad de sufrir un deterioro cognitivo serio más adelante. Y no hace falta ir tan lejos como la demencia: ya en el corto plazo se acumulan déficits. Investigadores de la Universidad de Pensilvania demostraron que limitar el sueño a 6 horas por noche durante dos semanas seguidas provoca un rendimiento cognitivo tan pobre como mantenerse despierto dos días enteros (Van Dongen et al. (2003) en Sleep). Lo alarmante es que, aunque nuestro rendimiento objetivo baja, subjetivamente no nos damos tanta cuenta del deterioro. Es decir, puedes creer que “estás bien” cuando en realidad tu tiempo de reacción, tu creatividad y tu capacidad de tomar buenas decisiones están por los suelos. El cerebro con falta de sueño funciona en “piloto automático” y le cuesta innovar o recordar datos importantes.
Problemas cardiovasculares:
Tu corazón y sistema circulatorio también pagan el precio de ese sueño perdido. Dormir consistentemente menos de 6 horas por noche se relaciona con un mayor riesgo de hipertensión, infartos y otros problemas cardíacos. En un meta-análisis de estudios prospectivos, los “dormilones cortos” tenían un 48% más de riesgo de desarrollar o morir por enfermedad coronaria a lo largo de los años, comparados con quienes duermen 7–8 horas (Cappuccio et al. (2011) en European Heart Journal). Incluso el riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular (ictus) era un 15% mayor en los que dormían poco. ¿Por qué ocurre esto? Cuando duermes, tu presión arterial tiende a bajar y tu corazón descansa; con falta de sueño, mantienes el cuerpo en estado de alerta constante, con cortisol alto de forma crónica, lo que daña los vasos sanguíneos. Además, la privación de sueño se asocia con inflamación sistémica y alteraciones en el metabolismo que favorecen la aterosclerosis. No es coincidencia que la Fundación Española del Corazón incluya el buen dormir entre los pilares de un estilo de vida cardiosaludable, junto con la dieta y el ejercicio.
Desequilibrios hormonales y metabólicos:
El sueño es el momento en que tu cuerpo “reinicia” múltiples sistemas hormonales. Si no duermes suficiente, ese equilibrio se rompe. Un dato impactante: en jóvenes saludables, solo una semana durmiendo 5 horas por noche redujo la testosterona en un 10–15% de forma constante, comparado con cuando dormían 8 horas (Van Cauter et al. (2011) en JAMA). Esa caída hormonal equivale a envejecer cerca de 10 a 15 años en términos de testosterona. La testosterona baja no solo afecta la libido, sino también la energía, el estado de ánimo y la capacidad de ganancia muscular – justamente lo contrario de lo que busca un hombre joven activo. Por si fuera poco, la falta de sueño desregula las hormonas del apetito y el metabolismo: aumentan los niveles de grelina (hormona que da hambre) y bajan los de leptina (hormona de saciedad), lo que te hace sentir más apetito especialmente por comida alta en carbohidratos y azúcares (Spiegel et al. (2004) en Annals of Internal Medicine).
En ese estudio, dos días durmiendo solo 4 horas produjeron un +28% de grelina y –18% de leptina, junto con un 24% más de hambre reportada por los participantes. ¿El resultado? Estar crónicamente cansado suele llevar a comer de más y peor, favoreciendo el aumento de peso y la resistencia a la insulina. No es de extrañar que dormir poco se relacione con mayor riesgo de obesidad y diabetes tipo 2 a largo plazo. Básicamente, tu cuerpo entra en un estado de estrés y ahorro de energía que sabotea tus objetivos fitness y tu salud general.
En resumen, dormir menos para “rendir más” es pan para hoy y hambre para mañana. Las horas que le quitas al sueño las terminas pagando en forma de mente nublada, menor capacidad física, mal humor, más lesiones, mayor riesgo de enfermedades graves… La balanza a largo plazo no sale a favor.
Pero aquí viene la buena noticia: es posible optimizar tu rendimiento sin caer en la privación crónica de sueño. La clave está en adoptar estrategias inteligentes que te permitan crecer y superarte mientras respetas las necesidades de tu cuerpo.
Estrategias equilibradas (rendimiento + descanso)

No se trata de elegir entre “¿o duermo o entreno/estudio?”. Puedes hacer ambas cosas de forma eficiente si aplicas hábitos respaldados por la ciencia. Aquí te presentamos cuatro estrategias equilibradas para maximizar tu rendimiento físico y mental cuidando tu descanso:
1. Incorpora siestas estratégicas:
Una power nap a mediodía puede ser tu aliada cuando acumulaste cansancio. Estudios muestran que las siestas cortas (10–30 minutos) mejoran la alerta, el estado de ánimo e incluso ciertos aspectos de la memoria de trabajo casi de inmediato, sin producir mucha “resaca de sueño” al despertar. Una revisión científica reciente cuantificó beneficios cognitivos pequeños a medianos tras las siestas en diversos grupos de edad (Leong et al. (2022) en Sleep Medicine Reviews). En 54 estudios analizados, las siestas mejoraron la vigilancia (atención sostenida) de forma notable y también la memoria declarativa y procedimental con efectos positivos consistentes. ¿Qué significa esto para ti? Que un descanso breve después de comer – de ~20 minutos, idealmente – puede recargar tu cerebro y tu cuerpo para la segunda mitad del día. Si entrenas fuerte, una siesta de 30–90 minutos en la tarde también puede acelerar la recuperación muscular y el rendimiento físico, como han observado investigaciones con atletas. El truco está en que la siesta no sea muy larga (para no entrar en sueño profundo que te deje atontado) y que la tomes suficientemente temprano (antes de las 4 p.m.) para que no interfiera con tu sueño nocturno. ¡Haz la prueba! Verás que a veces “desconectarte” un rato te permite conectar mejor el resto del día.
2. Cuida tu higiene del sueño (establece rituales pro-sueño):
La “higiene del sueño” se refiere a hábitos y condiciones ambientales que facilitan un descanso reparador. Es un pilar básico: de nada sirve acostarte 8 horas si la calidad de ese sueño es mala. ¿Qué puedes hacer? Mantén tu habitación oscura, silenciosa y a una temperatura fresca; evita estimulantes como cafeína en las horas previas a dormir; y algo muy importante para los jóvenes de hoy: limita las pantallas luminosas por la noche. La luz azul de tu móvil, tablet o portátil engaña a tu cerebro haciéndole creer que “aún es de día” y frena la liberación de melatonina, la hormona que te pone somnoliento. Un experimento célebre de Harvard comparó a personas leyendo antes de dormir en una tablet vs. en un libro de papel: con la tablet tardaban más en dormirse, tenían la melatonina 50% más baja, menos sueño REM y al día siguiente se sentían mucho más cansados (Chang et al. (2015) en PNAS). El mensaje es claro: desconecta de dispositivos al menos 30-60 minutos antes de acostarte. En lugar de Instagram, prueba una lectura ligera en físico, estiramientos suaves o una breve meditación; algo que le diga a tu cuerpo “es hora de relajarse”.
También establece una rutina pre-sueño consistente (por ejemplo: ducharte caliente, bajar luces, ponerte piyama, leer 10 minutos, a la cama) – el cuerpo humano adora la previsibilidad, y prepararte así cada noche crea una asociación poderosa con el sueño. Finalmente, procura horarios regulares: acostarte y levantarte aproximadamente a la misma hora todos los días (¡sí, incluso fines de semana dentro de lo posible!). Una buena higiene del sueño mejora la calidad de tu descanso y, con ello, tu rendimiento diario. De hecho, intervenciones educativas en jóvenes han logrado resultados positivos: en un estudio piloto, un programa de higiene del sueño de 4 semanas logró que casi el doble de estudiantes universitarios pasaran a tener sueño de buena calidad, reduciendo también sus niveles de ansiedad (Bani-Issa et al. (2023) en Frontiers in Public Health). ¡No subestimes estas sencillas prácticas! Son fáciles de implementar y marcan una diferencia notable en cómo te sientes al día siguiente.
3. Respeta tu cronotipo (conoce tu reloj interno):
¿Eres más búho nocturno o alondra madrugadora? Cada persona tiene tendencias naturales de horario – su cronotipo – determinadas en parte genéticamente. Forzarte a rendir en horas que no van con tu biología puede ser una receta para la frustración. Por ejemplo, si eres claramente nocturno y tu creatividad vuela de noche, tal vez madrugar excesivamente te haga sentir zombie e improductivo. La ciencia respalda esta idea: los “morning people” suelen rendir mejor temprano, y los “night owls” destacan más entrada la tarde/noche. Un estudio con estudiantes universitarios mostró que, en promedio, los chicos de cronotipo matutino obtenían calificaciones ligeramente mejores que los vespertinos incluso al controlar el horario de las clases y exámenes (Enright et al. (2017) en Chronobiology International). ¿La razón? Los jóvenes de cronotipo nocturno tienden a acumular más déficit de sueño, ya que la vida escolar/laboral suele empezar temprano y ellos no logran dormir lo suficiente por su reloj interno atrasado. En otras palabras, viven arrastrando cansancio y eso afecta su desempeño a cualquier hora. La lección aquí es doble: conoce tu cronotipo (observa cuándo te sientes más despierto naturalmente) y trata de sincronizar en lo posible tus actividades importantes con esos momentos de mayor lucidez. Si tienes flexibilidad horaria, aprovéchala: por ejemplo, para un nocturno puede ser mejor entrenar a media tarde que a primera hora de la mañana. Y si no tienes mucho control (ej: clases a las 8 a.m. siendo tú nocturno), entonces más que nunca necesitas optimizar tus hábitos de sueño para minimizar el impacto (acuéstate más temprano aunque no tengas mucho sueño al principio, expónte a luz brillante apenas despiertes para ajustar tu reloj, etc.). A largo plazo, cuando puedas elegir, orienta tu rutina diaria de modo que trabajes con tu cuerpo, no contra él. No es flojera querer dormir a ciertas horas: puede ser simplemente tu biología pidiendo otro horario. Escúchala en lo razonable, y sácale partido. Un buen descanso alineado a tu cronotipo = mayor rendimiento y bienestar.
4. Establece un plan de sueño inteligente (sé constante):
Así como planificas tus entrenamientos o tu dieta, necesitas un plan para tu sueño. La consistencia es clave. Los expertos recomiendan fijar una meta de horas de sueño por noche (idealmente 7–9 horas) y estructurar tu día en torno a ese objetivo, no al revés. Piensa en el sueño como tu “sesión de recuperación” más importante. Estudios han encontrado que llevar un horario de sueño regular y estable correlaciona con mejor rendimiento académico y anímico, mientras que patrones irregulares (acostarse y levantarse a distintas horas cada día) hacen estragos. En una investigación publicada en 2017, se monitoreó el sueño de estudiantes mediante dispositivos durante un semestre: aquellos con horarios más irregulares tenían promedios académicos significativamente más bajos, hasta 0,3 puntos de GPA menos en comparación con los que dormían y despertaban a horas consistentes (Phillips et al. (2017) en Scientific Reports). Además, los irregulares mostraban ritmos circadianos desplazados, como si vivieran en otro huso horario constantemente. La conclusión fue clara: no solo importa cuánto duermes, sino cuán regular eres durmiendo. Para ti, diseñar un plan de sueño inteligente puede implicar decisiones como: definir una hora fija para ir a la cama que te permita lograr tu cuota de sueño, priorizar el descanso tanto como priorizas esa sesión de gym o ese tiempo de estudio, y aprender a decir que no a actividades nocturnas ocasionales cuando toque (ejemplo: si mañana tienes un entrenamiento importante, quizás saltas la maratón de series la noche anterior).
Incluye también estrategias de recuperación: si una noche dormiste menos, intenta compensarlo con una siesta o acostándote más temprano la siguiente noche – no dejes que la deuda se acumule demasiado. Un plan de sueño no significa ser inflexible, sino tener una estructura sobre la cual adaptarte sin descuidar el objetivo principal: que tu cuerpo y mente descansen lo necesario para rendir al máximo. Recuerda, dormir bien no es tiempo perdido, es tiempo ganado en rendimiento, porque un cuerpo descansado construye más músculo, una mente descansada aprende más rápido y comete menos errores.
Los mitos de los “líderes insomnes”: ¿éxito ligado a dormir poco?

Muchas figuras prominentes del mundo empresarial y político han declarado dormir muy pocas horas, casi con orgullo. Por ejemplo, Donald Trump llegó a presumir de vivir con apenas 3–4 horas de sueño diarias, argumentando: “¿Cómo puede competir alguien que duerme 12 o 14 horas con quien duerme tres o cuatro?”. Otros casos sonados incluyen a Jack Dorsey (Twitter), quien reparte sus días entre dos empresas y dice no dormir más de 5–6 horas; la ex-CEO de PepsiCo Indra Nooyi, famosa por funcionar con 4 horas nocturnas; o la empresaria Martha Stewart, cuya antigua asistente afirmó que podía arreglárselas con solo 3 horas por noche. Incluso titanes tecnológicos como Elon Musk admiten recortar el descanso: Musk solía trabajar jornadas maratónicas y en ocasiones dormía bajo el escritorio durante la fase más intensa de Tesla, afirmando que 6 horas de sueño eran suficientes para él. Esta exhibición pública de dormir poco suele presentarse como parte de la fórmula de su éxito. Sin embargo, ¿está realmente su logro asociado a dormir menos, o triunfan a pesar de ello? Veamos qué indican los hechos y la ciencia.
Para empezar, no existe evidencia de una correlación directa entre el éxito y dormir poco. De hecho, muchos líderes igualmente exitosos priorizan dormir bien. El propio Jeff Bezos (Amazon) insiste en procurar 8 horas de sueño porque así “piensa mejor, tiene más energía y mejora su estado de ánimo”. Bill Gates ronda las 7 horas por noche. El director de Apple, Tim Cook, es famoso por despertarse a las 3:45 a.m., pero “no perdona” sus ~7 horas de sueño: se acuesta muy temprano para cumplir con su descanso a diario. Y Elon Musk, pese a su reputación de workaholic, reconoció en una entrevista que intentar dormir menos de 6 horas reducía su productividad total. Musk confesó haber trabajado hasta 120 horas semanales en 2018, algo que “no fue saludable” – según sus palabras, “quemó un montón de neuronas” y le hizo “volverse un poco loco”. Es decir, aun estos gigantes de la industria han experimentado en carne propia los límites de la privación de sueño. Martha Stewart y Elon Musk podrían ser casos excepcionales (los científicos estiman que solo 1% de la población tiene el genotipo de “sueño corto” que les permite rendir bien con <6 horas), pero el otro 99% de nosotros necesita alrededor de 7–8 horas para funcionar de forma óptima. “No les creas a los que duermen poco”, advierte la neuróloga Kimberly Goad, pues fuera de ese pequeño grupo genético, el sueño es irremplazable para la reparación del cuerpo.
Entonces, ¿por qué persiste el mito de que dormir menos equivale a rendir más? En parte, por una narrativa mediática y de autoexigencia que glorifica al líder incansable. Suena inspirador leer que ciertos CEO “vencen la necesidad de dormir” y dedican ese tiempo a trabajar. Estas historias se vuelven virales y alimentan la idea de que el sueño es casi un estorbo para el éxito. La realidad, sin embargo, es muy distinta. La ciencia demuestra que dormir crónicamente poco merma el rendimiento cognitivo (memoria, atención, creatividad) y puede acarrear graves consecuencias de salud con los años. No dormir lo suficiente se asocia a mayor riesgo de enfermedades cardíacas, metabólicas y trastornos del estado de ánimo. Varios líderes que se jactaron de sus desvelos terminaron reconociendo el costo: Arianna Huffington, por ejemplo, se desplomó por agotamiento en 2007 tras trabajar 18 horas diarias, y desde entonces se convirtió en activista del buen dormir. En suma, los “líderes insomnes” son la excepción, no la norma, y su éxito obedece a talento, oportunidades y trabajo inteligente más que a la privación de sueño. Como concluía un informe de Forbes, revisar las rutinas de descanso de múltiples magnates revela que “no parece haber correlación entre éxito y horas de sueño”. Más bien, quienes triunfan a largo plazo suelen saber cuándo no sacrificar su descanso. Al final del día (nunca mejor dicho), dormir bien no es tiempo perdido sino una inversión en rendimiento sostenible.
La cultura de “dormir menos, producir más” en la era del hustle

En la actualidad se ha popularizado un discurso que promueve trabajar más y dormir menos como receta para el éxito. Esta mentalidad forma parte de la llamada hustle culture o “cultura del ajetreo”, un fenómeno global que glorifica el trabajo excesivo como sinónimo de éxito y realización personal.
En entornos corporativos y de emprendimiento moderno se ensalza al individuo que madruga antes que todos, que “trabaja mientras los demás duermen”, convirtiendo el sacrificio del descanso en una medalla de honor. Las redes sociales juegan un papel clave: en Instagram, TikTok o LinkedIn abundan las frases motivacionales tipo “Rise and grind” (“levántate y a luchar”) o “El éxito llega cuando trabajas mientras los demás duermen”, que se viralizan constantemente. Estas plataformas proyectan vidas de emprendedores hiperproductivos y rutinas casi sobrehumanas, normalizando el agotamiento como medida de triunfo entre los jóvenes. Un estudio del Pew Research Center citado en prensa reveló que un 67% de los jóvenes se sienten presionados por las redes a alcanzar estándares laborales inalcanzables, generándoles ansiedad. En esta cultura, descansar empieza a verse como una debilidad o un “lujo” que uno no puede permitirse. La autoexigencia constante crea un ciclo donde cualquier pausa produce culpa: si no estás siempre ocupado, parece que no estás haciendo lo suficiente.
Diversos factores alimentan esta narrativa. Por un lado, raíces culturales: refranes populares como “al que madruga, Dios le ayuda” ya exaltan el madrugón y la vigilia como virtudes. En el mundo empresarial contemporáneo, gurús de negocios y CEOs mediáticos han reforzado el mensaje. Durante años se citó con admiración que Richard Branson inicia su día a las 5:45 a.m. haciendo ejercicio, o que la defenestrada startup founder Elizabeth Holmes decía dormir solo 4 horas, o que Tim Cook revisa correos a las 3 de la madrugada. Estas anécdotas, repetidas en artículos y conferencias, crearon un ideal casi aspiracional. Aunque varios de esos líderes luego moderaron su postura o admitieron los riesgos, el mensaje caló hondo: millones de trabajadores jóvenes quedaron convencidos de que dormir poco es parte indispensable del éxito.
Por otro lado, existen presiones económicas y corporativas muy reales. En sectores competitivos (tecnología, finanzas, startups), muchos empleados sienten que deben estar disponibles casi 24/7 para “destacar”. Un estudio en empresas tecnológicas halló que 2 de cada 3 trabajadores se sienten obligados a laborar fuera de horario para demostrar compromiso. Si tu jefe o compañeros envían correos a medianoche, la cultura implícita te empuja a responder y seguir el ritmo, aunque eso signifique dormir menos. Algunas compañías incluso fomentan abiertamente jornadas extenuantes: se hizo viral el caso de una gerente de Twitter que publicó una foto durmiendo en el suelo de la oficina con el hashtag “#DormirEnElTrabajo”, justificándolo con “cuando tu equipo trabaja sin descanso para cumplir plazos, a veces necesitas dormir en la oficina”. Son ejemplos extremos, sí, pero ilustran una ética laboral de la hiperproductividad donde “siempre se puede (y debe) trabajar un poco más”, aunque sea a costa del sueño.
Cabe preguntarse si este discurso de hustle perpetuo es genuino o una construcción interesada. En parte, es estrategia de marketing personal: muchos influencers y gurús venden libros, cursos y conferencias basados en la promesa de que tú también puedes alcanzar el éxito imitando estas rutinas espartanas. “Únete al club de las 5 a.m.”, “Cómo ser un ganador durmiendo 4 horas”... eslogan tras eslogan, se comercializa la idea de que el problema de tu productividad eres tú y tus “horas desperdiciadas” durmiendo. También existe cierta idealización romántica del emprendedor que lo sacrifica todo: es la narrativa del self-made man incansable, muy arraigada en la cultura startup de Silicon Valley. Figuras como Elon Musk han declarado que “nadie cambió el mundo trabajando 40 horas a la semana”, sugiriendo que hacen falta 80–100 horas – mensaje que muchos tomaron como llamado a dormir lo mínimo indispensable para estar más tiempo en la oficina.
Sin embargo, esta exaltación del workaholic ignora olímpicamente la evidencia de que más horas no siempre equivalen a mejor rendimiento. Estudios en empresas han mostrado que la productividad por hora cae en picada después de cierto umbral de exceso de trabajo. Lo mismo pasa con el sueño: prolongar la jornada a costa de descansar menos suele traducirse en errores, bajas de concentración y toma de decisiones deficientes – justo lo contrario de lo que una organización desea de sus líderes. En otras palabras, la cultura de dormir menos para producir más es, en gran medida, una distorsión de la realidad. Funciona como mantra motivacional o presión social, pero en la práctica termina minando la productividad y la salud de las personas a largo plazo.
Afortunadamente, empiezan a soplar vientos de cambio. Las nuevas generaciones, que han crecido presenciando el costo del burnout en padres y colegas, comienzan a cuestionar la glorificación del no dormir. Movimientos como el “slow living”, la priorización de la salud mental, o fenómenos como la “renuncia silenciosa” (cumplir con el trabajo sin excederse, para preservar la calidad de vida) son reacciones directas al exceso de la hustle culture. Cada vez más jóvenes profesionales entienden que dormir bien no es un obstáculo, sino un habilitador del éxito. Y algunas empresas innovadoras ya fomentan el descanso adecuado, sabiendo que empleados frescos y creativos rinden mucho mejor que zombis corporativos. En definitiva, el discurso de “dormir menos, producir más” puede que siga presente en muchos rincones de nuestra sociedad hiperconectada, pero sus días podrían estar contados. La evidencia científica y las voces de alarma sobre la epidemia de falta de sueño están haciéndonos reflexionar: trabajar duro es importante, sí, pero trabajar inteligente –y eso incluye respetar nuestras horas de sueño– lo es aún más. Como dice irónicamente un meme popular, “¿Para qué vivir como un león 18 horas despierto, si vas a rendir como un cordero por falta de sueño?”. En la vida real, el verdadero secreto no es dormir menos, sino equilibrar nuestras energías para rendir mejor. Las noches en vela constantes no te harán más exitoso; en cambio, un cerebro descansado y enfocado es tu mejor aliado para conquistar cualquier meta al día siguiente. Dormir bien es parte de la estrategia, no el enemigo de la productividad.
Fuentes y lecturas recomendadas
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- Gujar, N. et al. (2011). Sleep deprivation amplifies reactivity of brain reward networks, biasing the appraisal of positive emotional experiences. Journal of Neuroscience, 31(12): 4466-4474. DOI: 10.1523/JNEUROSCI.3220-10.2011.
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- Van Dongen, H.P.A. et al. (2003). The cumulative cost of additional wakefulness: dose-response effects on neurobehavioral functions and sleep physiology from chronic sleep restriction and total sleep deprivation. Sleep, 26(2): 117-126. DOI: 10.1093/sleep/26.2.117.
- Cappuccio, F.P. et al. (2011). Sleep duration predicts cardiovascular outcomes: a systematic review and meta-analysis of prospective studies. European Heart Journal, 32(12): 1484-1492. DOI: 10.1093/eurheartj/ehr007.
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- Spiegel, K. et al. (2004). Sleep curtailment in healthy young men is associated with decreased leptin levels, elevated ghrelin levels, and increased hunger and appetite. Annals of Internal Medicine, 141(11): 846-850. DOI: 10.7326/0003-4819-141-11-200412070-00008.
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